27.12.10

De cunetas y desembocaduras

Tuve que limpiar la sangre del suelo porque el reguero de la evidencia conducía desde mi brazos hasta la pulcra bañera sin esterilizar. Un nido de infecciones y muerte, allí había decidido morir. Pero en vez de eso, limpié la sangre. Sonaba Needle in the hay y lloraba, tanto la canción como mis ojos recién sacados de sus cuencas y aún enrojecidos. Limpié la sangre arrodillada sin percatarme de que según iba raspándola del suelo, mis brazos sacudían más y más. No encontré más solución que tenderme sobre las mugrientas baldosas y empaparme de la vida que huía de mi cuerpo. Impregné mi ropa de mi existencia y dejé fluir el tiempo, sin aferrarme a él. Poco después, me levanté, dando tumbos, y llegué a la bañera. Evadí el espejo, omití mi reflejo. Mareada, abrí el grifo y el agua empezó a caer a la misma velocidad a la que escurría mi sangre sobre mi piel ajada y marchita. Me quité la ropa temblando y me arrodillé sobre el mármol frío sin saber qué hacer. El agua caía sobre mi espalda como el fuego redentor del infierno la acariciaría en caso de haber caído en ese preciso instante a sus llamas. El agua caía como la tortura más insólita e inesperada marcando mi piel para siempre y fluyendo sin sentido hacia el desagüe, perdiéndose, con la sangre. No pude más que mirarme las manos temblorosas, estremeciéndome. Mi locura convulsionaba bajo mi carne podrida y no pude más que mirarme las manos, arrodillada y muerta, mientras me desvanecía lentamente sin llegar a perder la conciencia. Vomité y arañé las paredes hasta que se me rompieron las uñas. Entonces dejé de arder. Entonces pude sentir cómo el agua me arrastraba a mí también hacia el fondo del abismo. Sonreí y después caí en un profundo sueño.


Soap&Skin, Spiracle