14.11.10

Sólo en fin de semana los días acaban con O

Las mañanas me inundan de luz blanca y no puedo mas que retorcerme de pura desidia entre las sábanas aún más impolutas que el amanecer. Al menos ya no lloraba, al contrario que los árboles. Los veo si me asomo a la ventana y entonces sé que sus hojas ensangrentadas anidan el suelo por irrebatible tristeza, sé que la melancolía recorre su savia y pudre sus raíces volviéndolos irremediablemente caducos bajo la tempestad del otoño tardío. Las nubes se alimentan de mis ganas de vivir, de comer y de dormir, quizá no te hayas dado cuenta, tal vez ni siquiera te importe. Pero me encantaría fotografiar la sangre de los árboles que se desliza por el suelo y revolotea con el mínimo soplo de viento. Me gustaría nunca olvidar su cálida desnudez para acordarme siempre de tu cuerpo y de mis huesos. Soy presa del encanto de esta titánica estación, lo confieso, es imposible no rendirse a sus encantos de aire frío azotándote la cara junto a tu ardiente furia azotándome algo más. No puedo deshacerme de tu piel arrasando toda memoria y sentimiento, créeme que no. Sólo puedo invadir tu boca y pedirte que me mates, cuanto antes, por favor.