8.8.10

Te regalo mis huesos porque de tanto morderme los labios me he quedado sin sangre en el cuerpo. Y quizá toda la calma se haya extinguido con el rugido del mar, todavía incapaz de ahogar el sufrimiento bajo sus olas. Te regalo todas mis lágrimas porque según pasan los días me duelen más las sonrisas, que no me sobran. Te regalo mi ausencia porque es la espuma que emborracha mi amargura y es lo único que me ayuda a olvidar. Pero aún no te he escrito ningún poema. Sólo he sabido refugiarme en el orgasmo de tu espíritu sin siquiera huir de la tristeza. Sólo he podido languidecer en la eterna soledad de mi cabeza. Es inevitable. Hay momentos en los que nada de todo lo que existe consigue hacerme sentir. Es entonces cuando, devastadora, me arrolla la desesperanza. Es entonces cuando transformo mi dolor en humo y horas perdidas. E intento desconectar del mundo y de mí, pero estoy tan agotada que no puedo ni dormir.
Susúrrame un beso de bienvenida y arráncame la piel.