28.8.10

Quedan los restos, el crear y destruir continuamente cada día. Todo y nada. Llorar y lamerse las heridas de la decadencia. Eso queda. Quedamos tú y yo, la locura de los silencios y la exaltación de los movimientos. La presión del deseo y los pensamientos que se encaminan inevitablemente, sin variación de rumbo o dirección, hacia la perdición. Quedan los atardeceres idílicos y las sonrisas torcidas. Quedamos tú y yo, y nuestro interminable vacío. Las almas blancas ajenas y el amor. Queda nuestra sangre, y la muerte. Porque nadie se enamoría de la belleza de mis palabras.