5.6.10

Intuido cataclismo

Imagina despertar un día y ser ajeno y discorde a toda esa realidad de la que se supone que tienes que formar parte. Imagina despertar un día y de pronto detestar todo lo que has apreciado, repugnar todo lo que te ha gustado. Imagina sentirte hastiado de lo que siempre te entusiasmó. Imagina despertar y estar muriéndote teniendo que parecer la persona más normal del mundo.
Así es como, ciega de la rabia, me encuentro a mí misma corriendo sin escrúpulo alguno hasta el borde del precipicio. Así es como siento que se me consumen los días al mismo tiempo que la esperanza y se me extingue el alma. No duermo y el calor asfixiante aturde tanto mis sentidos como la coherencia del Universo. Es así como surge de nuevo la absurda pero imperiosa necesidad de huir sin saber qué camino seguir por no tener a dónde ir. Y trato inevitablemente de olvidarlo todo. Intento con absoluta e irrefrenable desesperación arrojar mi vida al vacío, deshacerme de mí, de lo que a la larga terminaré destruyendo. Pero no puedo. Algo ata mis sentidos a mi cuerpo marchito, a mi masa de carne inútil y huesos rotos, a la ofuscación de mi propia locura. Algo me cose la boca para que no escupa el sufrimiento y me trague el veneno de mi silencio. Algo me calcina las entrañas pudriéndome el espíritu. Y es que ni el amor ni el humo pueden extinguir el insistente desfallecimiento, ni la soledad inquebrantable puede omitirse en una realidad tan mezquina y vil. Porque estoy atrapada en el hundimiento de mi cama, en la depresión del colchón bajo las sábanas, en mi valle de sangre, lágrimas y desesperación.