12.6.10

Y termino escribiendo porque al final no hablo. Porque pierdo los papeles olvidando el guión y se me olvida por dónde se baja del escenario. Porque todo se funde a negro y dejo de formar parte de la escena sin desearlo. Porque dejo de formar parte de todo sin darme cuenta. Incluso de ti, a quien más le oculto la inquietud que me quema las entrañas. No sé si soy cobarde, aunque probablemente sea cierto. La verdad es que a día de hoy todavía no me he atrevido a afirmar que me falta valor para ganarme la dignidad que perdí hace ya tanto tiempo. Supongo que todo se basa en esa desalentadora pero incitante necesidad de consumirme cada día un poco más. En silencio, pudrirme sin posibilidad de recuperar todo lo que voy perdiendo. Todo lo que ya no tengo. Rendida ante el propio despojo de mi cuerpo, rendida a la locura, al constante dejar de ser y seguir siendo al mismo tiempo. A la formidable destrucción sin pausa o retroceso que acontece mi existencia en todo momento. A la depresión capitalista y primer mundista que asola mi espíritu. Me aferro con ansia a esa futilidad absurda que me pertenece por naturaleza, a esa mezquindad que me hace tan humana como patética, a la sordidez que me aproxima lentamente al deseo de morir. Me entrego a la corriente sin pensar, perdiéndome en el rebaño sin poder escapar, cavando mi propia tumba entre mis sábanas. Esperando que algún día me mates, esperando que acabes conmigo antes que la tristeza me consuma. Antes de que las lágrimas descarnen mi piel, antes de que la ilusión se oxide y me desgarre, acabando abandonada y rota. Muerta pero todavía dentro de este abominable cuerpo.
Necesito que me destruyas antes de que yo acabe contigo. Necesito que me mates hoy, aquí, ahora. Pero no estás, no puedes hacerlo. No podrías hacerlo, ni lo harías. Y por eso te odio. Porque soy un amasijo de miseria, mortecino e infeliz, que el único camino que ciegamente se limita a seguir es el de la autodestrucción. Sin mas aspiración que la propia muerte inminente, sin mas escapatoria que las llamas del infierno, sin otro castigo que la eterna desolación de mi propia alma. Te odio por quererme, porque no te mereces soportar el sufrimiento de mis cicatrices ni de mi nociva demencia. Te odio porque daría mi vida por ti y yo no valgo nada. Porque soy una peste, una plaga, una enfermedad que todo lo corrompe. Soy un virus, una infección, un parásito que destruye todo lo que toca, todo sobre lo que respira, todo lo que mira. Y te arrastro así conmigo hacia mi fango de irresolución sin salvación. Te condeno así al hundimiento, al fin, a esa horrible muerte en vida sin llegar a morir.

Por suerte esta desalentadora sensación se desvanecerá en cuanto logre cerrar los ojos.