28.6.10

Dejo que la música siga sonando y continúo a la deriva, a la intemperie de las noches sin tu respiración sobre mi piel, de las madrugadas de delirio e insomnio, de las mañanas de luz deslumbrante y un mundo sobrecogedor e imponente al otro lado de la puerta. Es así como he terminado comiéndome mis sueños y enfundándome en los miedos, protegiéndome con lo único que realmente puede acabar conmigo. He imaginado mi vida. He imaginado ese futuro incierto al que siempre terminamos agarrándonos por temor a que el pasado nos engulla, por temor a que el presente no sea más que eso, momentos que se van, instantes efímeros que no subsisten más que al fugaz soplo de viento convirtiéndose entonces en recuerdos, en lo que ya no está, en lo que ya no volverá. Y aún imaginando no he llegado a nada. Todo se desvanece porque nada está. Veo los pájaros surcando el cielo y me entran ganas de volar, de salir de aquí, de huir. Siento cómo se adhiere el calor a mi cuerpo y sé que mañana volverá a arder esta ciudad marchita que se pudre al mismo ritmo que nosotros. Sé que mañana, al igual que hoy, se quemarán las vidas, los besos. Sé que se calcinarán nuestras almas frente a ese horizonte plagado de artificiales quimeras, que me dolerá el mundo y aún así no me atreveré a dejarlo. Sé que nos quedaremos con la tristeza por temor a ser realmente felices. Sé que naufragaremos en las frías aguas de ese mar lejano. Que lloraré y contemplaré el Sol hundirse tras el inalcanzable confín de la Tierra junto a tu cuerpo y mis pies descalzos, implorando, quizá y pese a todo, poder existir aún un día más.