8.4.10

C.

Desde que le duele respirar no puede dormir y agradece pasarse los días reventada del cansancio, arrastrando los pies como si estuviera muerta porque así inhabilita su pensamiento. Ha sido extraño. Ha sido como renacer entre cadáveres. Volver a pisar la calle, volver a buscar la desconexión bajo las mismas voces, en los mismos sitios, con la misma gente. Ha sido como regresar al punto de inicio pero con toda la mierda por solventar aún pendiente. Como resurgir pero resquebrajada, sin ganas de más, sin fuerzas para más. Como apática entre toda la viscosa melancolía de siempre, con la desidia aferrándose con desesperación a cada latido de su corazón. Como agotada tras postrarse en una cama sin querer moverse, sin andar, sin hablar. Y ahora no sabe si besarle o matarle. No sabe si encerrarse para siempre en el puto silencio que le consume o si vomitar el estallido de locura que empieza a deshacerle con demasiada avidez las entrañas. No sabe si gritarle que se está muriendo, que se muere de verdad pero que quiere seguir mirando hacia delante, que no le importa lo que haya quedado atrás. Que no sabe si sólo le importa el hoy, que no sabe si existe el mañana. Que le da igual, que todo le es indiferente. Que ella también arrastra a la ilusión, obligándola a no desaparecer por temor a deshacerse. Que sucumbe con desesperación a la sangre como una autómata que ha perdido la cabeza. Ha perdido el sentido del sufrimiento en lo que dice, de la expresividad de las imágenes, de la trascendencia de los sueños.
Entonces se esconde tras el cristal, bajo el agua, una vez más. Esperando que la música le atraviese los oídos dejándola inconsciente para poder descansar en paz.