19.3.10

Tránsitos

Según pasan las horas me encierro más en el bullicio que no consigo apartar de mis ideas. Vuelven las maletas sin listas previas, los viajes no excesivamente deseados pero claramente necesarios. El caos me rodea. El caos inunda la maldita habitación con una devastación tan desalentadora que me doy por vencida. Me rindo. Me dejo atrapar por la ropa tirada sobre la cama sin ordenar, por el humo que me agrieta los bronquios, por la música que apenas logra alcanzar mis oídos, por mi desesperado anhelo de desaparecer, de hundirme para volver a emerger o de yo qué sé.
He llegado a la conclusión de que en demasiadas ocasiones no debería estar en ningún sitio. De que siempre que estoy a punto de dar un gran salto pero al final me acojono y me quedo sentada, débil y ajada en el único lugar en el que no quiero estar. Me envuelve la cortina de lluvia últimamente no tan frecuente y me quedo detrás. Olvido el tiempo. Olvido la realidad. Y de repente sólo pendo de un hilo. Me miro y veo que cuelgo cabezabajo sobre la Nada que me intenta devorar. Entonces recuerdo que echaré de menos tus caricias, tu música, tu voz. La gravitación imantizada de tu piel, la atracción ineludible de tu locura. Recuerdo que tengo que volver para no olvidar que la mera insinuación de tu boca ya me eleva y me cose la cordura al desequilibrio de la demencia para que no me agote. Para que no ceda. Para que no desista y continúe aprendiendo a querer.te.