24.2.10

Y a veces menos

El ilógico funcionamiento de mi pensamiento es lo que me anula la respiración cada día. Mi desesperada búsqueda por la autodestrucción me impide poder, me impide saber, me impide querer. Y me quedo sin apenas aliento ni fuerzas sobre la misma cama, bajo las mismas sábanas, entre la misma mierda. Me duermo sin soñar, sin descansar, sin querer volver a despertar. Y me pregunto por qué nada puede ir bien hasta el final, por qué todo se tuerce. Pienso que lo más sencillo no es olvidar. Que si me sangran los viejos estigmas o las nuevas heridas ya no me importa. Que si nunca he dejado de llorar ya me da igual. Que si estoy rota, ajada y cansada de seguir, me da lo mismo.
Últimamente pierdo la compostura con demasiada facilidad.
Sé que vomito el alma por las manos cuando con palabras ahondo mis propios desgarros. Cuando me falta la voz, cuando me ahoga el nudo de la garganta y se me agolpan las lágrimas en el titubeo intranquilo de lo que quiero decir sin poder llegar a explicarlo. Sé que es preferible que el humo me empañe el espíritu, que me asfixie las ideas como a quien se adentra en el mar sin decisión alguna con intención de ahogarse. De morirse. Sin poesía ni métrica, sólo débil. Inmersa en esa languidez devastadora que me seca las entrañas y me succiona las venas. Frágil, tan sólo vulnerable y confusa. Plagada de errores, cubierta de cicatrices, desarmada ante la tristeza de ser. Ante la aflicción de seguir sintiendo.


Cocorosie, Candy Land