10.2.10

Endorfina

Puede oler el frío del invierno sin apenas respirar. El cielo está despejado, o tal vez sólo lleno de nubes. Ascienden como el humo los días perfectos para abrirse las venas y desconectar. Días de anulación creativa, de exceso de ira, de monólogos interminables en silencio. Perfectos para desvanecerse sin llegar a morir. Para sufrir desesperación sin alivio continuo y alimentarse del desasosiego por desarreglo cerebral.
La música atraviesa las paredes con más eficacia que sus tímpanos. Le anula el tener demasiadas cosas que hacer y pasar las horas en blanco, ausente, contando los minutos sin apenas mirar el reloj, restando segundos a la poca luz que ilumina su habitación. Como cerrando los ojos en esas largas tardes de verano sin calor y con gafas de sol, aire fresco en el césped y cigarro en mano. Fluyendo sobre esa sensación de sentir que se consume, esa percepción errónea de la realidad de la cual al final acaba huyendo aunque no sepa a dónde o siquiera por qué.
Anestesiado, quizá por eso menos objetivo, se imagina en el espejo para descubrir o recordar o cerciorar que nada remite. Con manos frías, ojos apagados y pensamientos tristes. Sintiéndose cansado de vivir, cansado de no dormir, cansado de alucinar, cansado de estar cansado, cansado de sí mismo, de los demás. Sin preocuparse por lo que todos piensen porque la verdad es que le importan una puta mierda. Afilando con cierta parsimonia la tentación de destruir.Se.