16.11.09

Ausente.

Me consumo. No regulo lo que digo, ni lo que pienso. No me importa lo que opinen, crean o imaginen. El frío acorrala mis sentidos, apaga mi instinto de supervivencia. Pierdo la capacidad para escupir te quieros a la cara de la gente y se nutre mi debilidad a la hora de escucharlos. Salgo a la calle sola, salgo para no ver a nadie. Para no verme a mí, y así luego poder sorprenderme cuando alguien se fija en el aspecto enfermizo de mis ojeras un lunes, cuando todavía brilla el sol demasiado alto. Salgo para huir de ti, porque vuelves a encontrarme, vuelves a necesitar odiarme por no saber quererme, ni quererte. Vuelves a doblegarme reafirmándome que soy una puta, tu puta. Tuya. Solo. Jodida y únicamente tuya. Así, no hay más. Y quizá yo tenga parte de culpa al pertenecerte tan enteramente. Pero he dejado de pensar. Han dejado de importarme las cosas. He dejado de intentar salvarme cuando, en el fondo, sé que quiero aniquilarme. Igual que tú. Y la verdad es que lo consigues más satisfactoriamente. Mi piel se descose cuando la miras, mi sangre se derrota cuando me susurras que no recuerdas mi sabor, mi cerebro se esclaviza cuando me lo arrebatas con un beso, cuando me pierdo en el olor a tabaco de mis manos y desconecto de la tediosa, monótona y agotadora realidad. All is full of love resuena por toda la casa cuando me abandonas. Bachelorette me tortura cuando desapareces y vuelves, cuando estás sin sentir ni ser. Oxygen se expande como un eco cuando intento escapar y no me dejas. Al volver la vista atrás. Cuando el cuerpo me pide más. Cuando me alimento de tu crueldad, de la soledad que significa tenerte cerca, del abismo que me devora si te devuelvo la mirada. Entonces la música deja de sonar. Y el silencio me arranca lo demás. He resurgido en las noches de luna nueva. He equivocado los pasos que he dado. Porque sabes atacarme en los peores momentos, sabes que mis heridas no se cierran, sabes cómo introducir tu ponzoña en mi locura para que me aferre a ella y viva en tu eterna pesadilla. Sin salida. Pero aún así salgo a la calle, sin ropa en la mente, o en el cuerpo, ocultándome los ojos, sin ganas de respirar más la vida.