7.11.09

Al final...

Sin mí no eres nada. Esas fueron exactamente sus palabras. No quiero perderte, te quiero en mi puta vida y punto siguieron después. Y yo ahora supongo que es inevitable. Que aunque me dé tiempo para meditarlo, mi decisión será la misma. Quizá simplemente sea que estoy cansada de mirar atrás, que me agota sentir cómo mi vida se extingue cuando vuelvo la vista a todo lo que va quedando a mi espalda. Pero en realidad nunca ha dejado de ser importante. En realidad nunca he dejado de añorarle, de alguna forma. Y soy libre, pese a decir que es la sal de mi mar, me convence de que soy libre. De que soy sólo yo y mi voluntad a la deriva en ese mar de oscuridad. Soy libre de su veneno porque el sentido de mi existencia se ha desintegrado, porque voy despedazando los retazos de mi coherencia hasta el límite de la realidad, hasta los horizontes de luz perdida en los atardeceres lentos. Pero vuelvo a darle vueltas. Vuelve la duda. No soy capaz de huir de algo que se desnutre más rápido que se alimenta. Necesito desconectar. Escapar del ambiente cargado, de la tensión eléctrica de los instantes eternos. Supongo que dejar de pensar, después de todo, terminó por convertirse en una costumbre en momentos como este, y por eso ahora resulta tan fácil.