23.11.09

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Me repugna darme cuenta de la falta de sentimentalismo en mis ojos cuando aguanto la respiración por el roce de otra piel. Me repugna sentir asco en esos momentos. Es como si se tratara de un reto conmigo misma. Hago un esfuerzo sublime por no salir corriendo, me obligo a perder la conciencia a base de tóxicos y ausencia respiratoria para seguir ahí. Pero las náuseas ascienden desde mis órganos dormidos hasta mi boca. No puedo evitar vomitar lágrimas y llorar mis vísceras en forma de taquicardias descontroladas, entre tos y sollozos de desesperación. No puedo evitar preguntarme qué ha sucedido en el mundo, o en mi vida, para que después de todo me resulte imposible mirar a nadie más de una manera real. Ahora sólo quiero que me mientas. Necesito que no me digas que me quieres, como solías hacer hace tiempo. Necesito que aniquiles mis ganas por seguir. Necesito que me destruyas. Mátame, joder. Miénteme otra vez. Inventa una excusa que me sirva, que me haga entender por qué no me imagino recorriendo con las manos otras clavículas, ni con los labios otras mandíbulas. Por qué no deseo que sea otra espalda la que se estremezca con la caricia de la ropa que no se necesita. Por qué no me dejas volar libre en vez de tratar de hundirme.
Es irónico. Cuando llegan los momentos de subida, cuando comienzo a emprender el camino de nuevo cuesta arriba intentando no volver a caer, la estructura se derrumba. El universo pierde el sentido y yo la esperanza por volver a construir nada sobre cimientos podridos. Lo único que ansío ahora es desconectar y renacer en cualquier lugar sin que duela todo tanto. Pero ya sólo me queda una sensación extraña, como cenizas de lo que fue que ni reviven ni me dejan resurgir. Me quedan los restos de lo que fuimos para alimentarme y no quiero volver a comer. Quiero morirme de hambre y de sed. Quiero deshacerme. Quiero que me mates, aunque sólo sea por un tiempo. Quiero olvidarme. Y dejar de ser.