27.10.09

Lejía.


Se anulan las capacidades auditivas. El sonido embotado en el cerebro, o alrededor de él. Un pitido continuo le recuerda que todavía sigue viva. Piensa que la muerte no puede ser tan angustiosa. Nada peor que el momento de necesitar descomponerse sin poder. Sin que la cordura se interponga en el camino de los...
Pasos. Se escuchan pasos lejanos. Quizá ascendiendo desde la oscuridad de la calle mientras el mundo se mece. Se empapan las sábanas de sangre. Y a ella se le escapa un suspiro. El abatimiento se escurre entre sus labios. Quizá ni siquiera el agua de la ducha y una puerta cerrada puedan insonorizar sus sollozos, su puto llanto. Quizá al arrodillarse en el baño el vómito no emerja, aunque las náuseas no desaparezcan. Quizá reducirse a espasmos sobre las húmedas baldosas no la salve de lo que todavía conserva el sabor de la condena. Tal vez las convulsiones no sean producto del frío. Quizá el sentido de la vida se le desvanezca intermitentemente. Es posible. Ya que los fantasmas se retuercen en torno a su felicidad para asfixiarla. Hasta que la voz, esa puta voz que la suaviza, tan maravillosa como dolorosa, real y jodidamente distante, aparece para menguar los horrores. En la lejanía todavía consigue salvarla. Y la presión en las heridas disminuye. La incisión no llega a los huesos. Llega la calma en su lugar. Y ella consigue finalmente dormir, con el corazón agitado, arañándole las entrañas. Consigue dormir para dejar de pensar.


Yann Tiersen, Sur le fil (piano)