17.10.09

Aparte.


La noche se aglutina progresivamente a la luz de la mañana. Yo soy el almacén de los recuerdos ebrios, a la que la existencia se le vuelve de pronto mucho más surrealista de lo normal. Me he perdido descalza en desvaríos y humo sobre baldosas. En suelos de hielo de madrugada, en conversaciones sobre nada, en sus abrazos infinitos y su cálido susurro al oído. En las otras luces que aparecen en la distancia. Me purifico con los cigarros que no ha dejado de romper, con sus vueltas sobre el eje extraviado de su cuerpo, con las palabras que únicamente la soledad es capaz de sostener y que duelen menos si encuentran consuelo en mis descabelladas sentencias. Mi pequeña Amélie y su sonrisa de cristal, frágil y al mismo tiempo invencible. Acaricia la evidencia de mis brazos deseando que no se agrieten más, dándole prioridad a mi aniquilación personal en vez de a las ausencias cóncavas que la atormentan. Completamente inexplicable y directamente proporcional a lo indescriptible del momento. Le digo que a veces me siento como la Golfa de Extremo. Y siento entonces su piel, después de habernos congelado el alma en la calle sin abrigos, rodeando mi espalda. Siento el calor de nuestro vínculo, mientras lentamente transmuto en algo vulnerable al borde del llanto, acunada por la concordia de su espíritu, respirando la misma calma de los mares que todavía imagino. Pudiendo dormir tranquila por fin, después de tanto tiempo, arropada por sábanas compartidas y esperanzas en trámites de rehabilitación.


Yann Tiersen & Dominique A., Monochrome