19.10.09

DesColocada.

Me maldice su voz con su ausencia. Me tortura el tenue destello de su luz en la distancia. Es la parte dulce del abatimiento, lo que aviva mi silencio, mis palabras, mi locura. Es lo que revive mi cerebro, mi alma. Pero ahora, mientras vive allí y no aparece, la realidad me atrapa de nuevo. No he querido volver a buscar mi cordura, se que no estará. Sé que la guardé hace tiempo para perderla. La escondí para olvidarla. Lo sé. Al igual que sé que las heridas no van a cerrarse. No mientras Él continúe resurgiendo.
Creo que necesito sentir que me consumo. La sangre ensordece mi desesperación, la sangre atonta mis sentidos, la sangre me adormece para mecerme al mismo tiempo en el vaivén de la inconsciencia, como si fuera el mar que tanto anhelo, o las nubes con las que no he dejado de soñar. Voy perdiendo la ilusión. Me quedo sin ganas de hacer nada. Sentada en el suelo, con frío, tiritando, quizá llorando, fumando, o sin fumar, queriendo no pensar. Me deshago. No hay poesía en lo que digo, ni en lo que sucede. La falta de armonía me anula, la destrucción masiva de esperanzas recién forjadas me acuchilla. Su presencia, tan ausente como presente, me aniquila con el paso de los años. Y no deja de asegurarme que, pese a la repugnancia, volveré a caer. Dice que volveré a Él. Porque ni siquiera puedo odiarle. Joder. Quizá la suerte se arrepienta por fallarme, quizá sólo tenga que esperar algunos días para dejar de recordar que existe. Para dejar también de saber que existo yo. Para perderme indefinidamente por espacio limitado en horas naturales pero eterno en la dimensión que, espero, visitaré.

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