26.9.09

Viernes noche con décimas de más.

Una vez desintegrada por la boca, tras forzar el asco, me deshago de la náusea. Hay esencias que se retuercen reiteradas tanto por dentro como por fuera de mí. Todo se repite. Serpientes que se muerden la cola, historias interminables...
Ahora me asalta de nuevo su voz, más similar a la de la conciencia que otra cosa, preguntándome que si estoy bien. Sí, respondo. No puedo decir otra cosa. Y entonces me sentencia: No, no estás bien. Me ha costado salir del shock, ha sido como chocar contra una pared de acero y quedarme allí adherida, sin poder retroceder para intentar encajar mejor el golpe. Me está costando enfrentarme a las inminentes analíticas escudadas en mi salud para resolver el problema de mi fiebre. O de mi trayectoria respiratoria rasgada, o del trastorno alimenticio que recupero lentamente como hábito. Ahora todos me rodean para recordarme que el mundo apesta y no dejan de obstruir mi felicidad con sus miedos preventivos de mierda. Y lo que yo me pregunto es si nadie se da cuenta de que lo que yo necesito no es esto. No me apetece que me recluyan en un bunker cuarentenado para así descubrir si me voy a morir. Quiero volar, no volverme de plomo para hundirme todavía más abajo. Soy inestable por naturaleza, pero prefiero el olor de las nubes al sabor de la tierra maltratada y húmeda.
Pretendía hablar con alguien, necesitaba compartir el mal momento, pero he recordado, súbitamente, que aún quedaba néctar escondido en mi baúl de la magia.
Apareciste, escondido entre las sábanas. Te vi la cara. Supe que era así como debía ser tu rostro, pese a recrearlo sólo desde mi imaginación. Tus latidos se fundieron con los míos. El olor de la absenta me envolvió. La soledad de la casa me respiraba. Apagué el móvil, descolgué el teléfono, atenué la luz y me senté en el suelo. Tú seguías en la cama. Mirándome, acechándome y tratando descubrirme de alguna forma. Yo me consumía. Y desde la ventana podía diferenciar tu aroma, que se mezclaba con mi vainilla. Estábamos envueltos por el humo...

Me ensimisman los momentos de esperanzas somnolientas. Me gusta el silencio porque puedo escuchar cómo respiras cuando se queman los cigarros...