25.9.09

Frágil y torpemente expuesta.


No soy capaz de ordenar mis pensamientos, ni lo que quiero decir. No estoy teniendo en cuenta lo que dicen, pese a que hablan de mí como si no estuviera ahí. Siempre tratan de encerrarme en su mundo inmaculado de razón teórica y aplicada a la vida sin pensar en absoluto en mí. Lo mejor son sus excusas baratas, porque me llevan mirando todos estos putos años las ojeras que ni me molesto en ocultar y la cara de desdichada que me ocupa el rostro cuando algo va mal, y todavía se preguntan qué puede pasar. No sé si es que mi lógica empieza a dejar de tener sentido o si es que Ellos son absoluta e irrevocablemente gilipollas como para siquiera sospechar lo que ocurre. El caso es que por un lado me enorgullezco de mi actuación. Ellos lo ignoran y los Demás no se dan cuenta de nada, bromean sobre mi sentido existencial y yo me río, como si no tuviera importancia cuando en realidad me incomoda que puedan verme rota tan fácilmente desde fuera. Dudo que lo descubran, pero aún así me alarma. Más que nada porque no lo entenderían, pero supongo que esa es otra historia.
Hoy he dejado abandonado el calor la nieve. Mi tabique tiene suficiente con secarme la garganta, hincharme los ojos y taponarme los oídos. Más que abandonarlo, he quedado aislada en la penumbra de mi precipicio y no puedo salir. En realidad ni siquiera lo he intentado, pero intuyo que es mejor así. He descubierto que si quiero algo venenoso con todas mis ganas he de sacar fuerza de voluntad de donde no existe para no dejarme dominar. No me dosifica nada más que mi objeción. Siento que me deshago cuando vomito, cuando toso violentamente y escupo con asco mi organismo mezclado con sangre, cuando arrojo mis convulsiones a cualquier cavidad del cuarto de baño. Pero me glorifico.
No sé dónde he dejado la ropa. Me observo y me veo. Contemplo mi imagen más endeble desde el otro lado del espejo. Por suerte no encuentro ningún otro cuerpo escondido detrás del mío y por desgracia tampoco ningún otro para ocultarme a mí tras él. No puedo hacer nada más que enfrentarme a mí misma. Repaso con mirada ausente todas las marcas, como absorta por el dolor que en otro tiempo acumulé sobre la piel... Tengo los músculos abatidos. Mi vientre se hunde, los brazos me pesan. Se me escapan las lágrimas. Pero antes de que pueda percatarme, ya me he introducido en el ciclón de agua ardiente. Confundo mi deshidratación con lo que me quema las ideas. Las llamas del agua calcinan cada pensamiento, me pulverizan y me elevan, resplandeciente. Inicio el viaje sublime entre el vaho de mi respiración y las gotas ígneas de rocío que mitigan mi padecimiento. Y allí me consumo. Como un fénix caduco y sus cenizas renacientes.
Emerjo del polvo de la memoria, lejos de donde sigo intentando escapar. Germino en el vapor de la desolación, avivada por los golpes certeros de un sueño de mármol en el cráneo.
Se me vacían las palabras.