29.9.09

El despegue en picado.

"Puede que este a punto de ahogarme en mi propia mierda, pero siento que es el único sitio donde soy capaz de encontrarte, de encontrarme y encontrar todo lo demás. Necesito tocar fondo para poder salir hacia arriba con fuerza."
Mis palabras pierden dinamismo. Pierdo la fuerza por las manos y cada aspecto sensitivo derrota las fibras de mi pensamiento. Los días siguen pasando como horas, demasiado lentos, mientras yo sigo perdiendo el pelo por motivo indefinido y aparentemente incoherente. Mi mayor reto es adentrarme en el cuarto de baño, salir de mi cueva propulsada por alguna fuerza mayor a mi voluntad para, una vez fuera de mi madriguera, no poder volver atrás. Sólo me queda dar un paso e introducirme en mi purgatorio. Bajo el agua encuentro la solución, el vapor me exime de todos los errores y de Su presencia, aún tortuosa, como una puta maldición. Pero antes de poder canalizarme en el torrente de la purificación, he de caminar ante la pasarela de espejos que me recuerda que las costillas se me notan siempre más que ayer. Los reflejos me hacen ver que ni el dolor ni la sangre formaron parte de una pesadilla, que esto es jodidamente real y que por eso me hace daño. Que el silencio no me salvará y que esconder marcas en algún momento impedirá que todo siga su ritmo normal. Uniforme. Hace tiempo que todo dejó de ser normal. Y la verdad es que prefiero no pensar. Apago la luz y decido esconderme tras los cristales difusos para sentir como, mojado, mi pelo me arropa hasta el final de la espalda. Sigue la corriente. Las luces de los coches aparecen y desaparecen. El sonido de los motores se aleja... Cierro los ojos y me dejo atrapar en las gotas que se deslizan por mi cuerpo. Empiezo a olvidar... Olvido Su sabor, el horror y Su regreso. El aroma de Sus besos, el tacto de Su esencia, el abatimiento... Olvido y me desvanezco. Aparezco en la espesura de un bosque de sombras, bajo el agua oscura y cristalina. Fría. Aparezco entre insectos de luces, desnuda y tenue, entre el susurro de las ramas de los árboles y las burbujas. La angustia emerge, la presión en el pecho me asfixia. Necesito llorar. Pero estoy lejos. Lejos, como un eco. Sutil. Allí, donde la calma es tersa y acaricia los límites de mi corporeidad con armónicos transparentes, delimitando mi alma. Me vuelvo invisible. Abro poco a poco los ojos. La penumbra sigue intacta, la soledad continúa completa. Oigo su voz en la distancia, pero no me importa. No voy a darme prisa si es Él quien me espera al otro lado de la puerta. Ya no. La cascada ha arrastrado el barro.


Björk, Oxygen