30.9.09

Fin de mes.

"Los placeres violentos terminan en la violencia, y tienen en su triunfo su propia muerte, del mismo modo que se consumen el fuego y la pólvora en un beso voraz."



Me tiemblan las manos. Me tumbo desnuda y descalza en el suelo. Las baldosas están frías, jodidamente frías, e insonorizan la sangre que escupo libre de medidas. No sé por dónde empezar. Supongo que estoy cansada de engañarme a mí misma, de ser sólo un montón de máscaras y no alguien de verdad. Y lo peor es que sólo consigo rescatar lo ajeno de la felicidad.
Serían más de las 3 de la mañana cuando desperté con el corazón desbocado. Otra puta pesadilla. La habitación estaba a oscuras y había alguien más en el colchón. Distinguí la curva de su espalda y algún que otro recuerdo de la noche anterior regresó a mi mente.
Tópicos. El deseo flotaba en el aire viciado, como nosotros, que evadíamos la gravedad. El deseo se filtraba en el silencio de nuestras palabras, muertas en los labios, ahogadas en la saliva del enemigo. El deseo entró sin pedir permiso y desató nuestras bestias. Típicos. Volvimos a ser los monstruos desolados de siempre, cuando lo único que nos queda es la muerte. Pero al final... al final lo único que consigue es desvanecerse dentro de mí, en lo diáfano de los deleites, sin fronteras. Esculpió en mis caderas sus manos, arañándome. Quería que sintiera su furia, su arrebato de amor. Nos fundimos en el ritmo en espiral del eje de su cuerpo. Grité hasta que nos rendimos. Caímos exhaustos. La guerra había concluido. Le pertenezco. Cada fibra de mi piel es suya. Cada poro, cada pelo, cada gota de sudor, cada uña, diente y papila gustativa. Mis órganos, mi materia, mi alma. Pero no pensaba en Él. Proyectaba la imagen completamente ilusoria de un sutil espectro. Tiene ese misticismo especial y mágico que me aturde tanto o más que la nostalgia. Es la imposibilidad del hecho lo que me obliga a seguir queriéndolo. Me acompañó en el infinito pero fugaz viaje inigualable. Sin nombre, ni cara. Sólo su esencia, arrancándome los estigmas del pasado. Los espejos se volatizan, me pierdo por dentro y respiro.
El suelo sigue frío y el azul del cielo se ha disipado ya. Sólo me quedan las lágrimas de las heridas y la puta soledad de Su compañía. Llegará el día en que mi locura actúe con coherencia y me aleje de Su presencia. Hasta el momento evoco lo que para mí aún no existe. Me pierdo en la desproporción de las nubes, retrato la belleza del reflejo de los charcos, el olor de la hierba mojada que el viento arrastra hasta mi ventana.

Y así acaba.
Sonríe, nadie sabrá lo que estás pensando.