19.9.09

Inacabado.

Mis variaciones emocionales son lo peor que puede acontecerme en instantes como este, cuando me visita la resaca tóxica de prohibición y de basura hecha palabras. Me recuerda a la propaganda, a la de la época de los nazis o de 1984, un lavado de cerebro en toda regla. Así me siento. Y lloro, o creo que lloro, o mi cuerpo intenta llorar (que no mis ojos, si no mi cuerpo en sí), o mi cerebro se derrite o qué sé yo. Y mientras escribo expresiones como esa última, recuerdo que algún desgraciado me dijo alguna vez que hablo raro, que tengo una sintaxis muy curiosa o algo así. Me preguntó por qué en ocasiones escribía en masculino y no sé qué más. Era y, tristemente, sigue siendo, una de esas personas que leen sin comprender. Me molesta que la gente no intente siquiera sacarle jugo a lo que otros dicen. Se puede no entender y no querer entender, que son dos cosas diferentes. Yo siento que dejo parte de mi alma en cada palabra, aunque no tengan sentido, y me duele que todavía exista alguien capaz de menospreciar algo tan frágil. La sinceridad es una de las cosas que más me cuestan. Me debilita, me hace verme vulnerable frente al espejo, perdiendo peso a escondidas, perdiendo la vitalidad de la piel, de mi mirada, de mi sonrisa, de mi risa, de mi historia.
Recuerdo que algún otro desgraciado se debe preguntar de dónde saco la facilidad para cortar las relaciones inútiles que apenas han llegado a empezar. Se quedará con sus ganas de volverme a follar, de respirar mi pelo a la menor ocasión y demás. Me sorprende y desconcierta al mismo tiempo.
El caso es que mientras me debato conmigo misma, queriendo entender pero teniendo miedo de llegar a hacerlo, siento cómo me disipo. Algo me taladra las sienes. No sé si es la madrugada, el exceso de tabaco o sustancias innombrables, o las tardes de lluvia y cine que desearía que fueran eternas. Hace frío, ha dejado de llover y yo me quedo con la maldita sensación en la cabeza de