21.9.09

Final del standby.



Él estaba allí, o eso me ha parecido sentir. Estaba allí, y ahí, y posiblemente esté ahora conmigo aquí. Es extraño. No sé el tiempo que ha pasado, pero evidentemente no el suficiente, bastante poco, y pese a todo me he olvidado de lo que me obligué a sentir. Quizá la música influya en el estado en potencia de la tristeza, donde él sólo olía el chocolate de mi tabaco sin querer probarlo. Pero aún así sigue siendo extraño. No me hacía a la idea de volver a verle, en condiciones, y a hablarle. A dirigirle la palabra y a comentarle mi vida como si no le conociera de nada. O como si no me conociera él a mí. No sé, la verdad es que no sé. Se me hace imposible el haber fulminado todo lo que pudo haber o lo que hubo, y sin embargo tengo la certeza de haberlo aniquilado por completo.
Ahora cuando le miro no veo que quede nada mío en él, nada que tenga la necesidad de redimir o de hacer resucitar. Creo que desde hace tiempo es la primera vez que no he deseado besarle. Y ni siquiera he vuelto la vista al sentir que me observaba. Aunque él seguía ahí, como ya he dicho, o allí, o quién sabe dónde, posiblemente esté más en mi cabeza ausente que en cualquier otro sitio, pero el caso es que me miraba como preguntándose si estoy bien. Es evidente que no, que ni mis ojeras moradas ni el pálido de mi piel con tendencia a amarillearse incitan a pensar que lo estoy. Más que por falta de salud física, es por lo que se retuerce sin descanso en mi cerebro. Y lo que me sangra del cuerpo no son más que minucias para una tarde de silencios en la que no ha dejado de preguntarme qué me pasa, o en qué pienso.
En ese momento nada, no pensaba en nada. Miraba la calle vacía de gente, anaranjada y plagada de nubes grises, que esperaba en algún momento fundirse con mi mirada. Contemplaba mi reflejo difuso al disolverse con la realidad del otro lado. Escuchaba la puta ventana del autobús vibrando de forma molesta y nuestro silencio, nuestro vínculo roto, sin querer saltar en ese instante al abismo que nos separa. Miraba el brillo del sol en la carretera, en la ropa de los demás, en las hojas de los árboles y en mis ojos, a punto de estallar.
Ha sido una visita fugaz, como una mochila de viaje que has perdido y no sabes con qué llenar después al recuperarla, sin las cosas importantes. No sé. Sigo sin saber. Y en realidad creo que es lo más conveniente.
Mañana será un nuevo día. De los de verdad. Es imposible que todo empiece de cero, pero me quedan muchas páginas en blanco donde continuar y empezar otros capítulos. Ahora sólo me queda encontrar qué meter en mi mochila de imperdibles para reiniciar.