4.9.09

En blanco.

Llegan momentos en los que las conversaciones con mi sombra proyectada en la pared no estimulan la calma, simplemente consiguen alterar mi aparente serenidad, desquiciándome y devorándome lentamente. No tiene razón, esa otra yo se equivoca y no quiere darse cuenta. Y ya no me queda la suficiente fuerza como para hacerla entrar en razón.
Me enajena el sonido constante del secador, volatizando las ideas de mi alrededor. Y es que en la puesta en escena sólo me revuelvo por las noches sin cesar, esperando que el viento o cualquier atrocidad me eleve y desintegre. Quiero explotar. Quiero estar sola, lejos de todo. Lejos de la gente insignificante, lejos de mí, de lo que pienso, de lo que siento y de quienes me persiguen. Quiero que me dejen en paz, que acepten mi retirada sin necesitar urdir más las heridas, sin buscar dobles fondos ni sentidos ofensivos o absurdos. Quiero que me dejen estando sin estar, en esos días que me levanto y ni me peino, en esos días que evito mirarme en el espejo, que ni me pinto ni me arreglo, en esos días que me escondería entre las sábanas hasta la eternidad, donde disipo las horas sin pensar, escuchando música triste para que la desolación no sea sólo teórica, para que la melancolía me duela, para poder sangrar lágrimas y llorar sangre. Para aprender a no reincidir. Necesito improvisarme, olvidarme, perderme, evadirme, alejarme, diluirme, licuarme, evitarme, alegrarme, desviarme, soñarte. No quiero que regreses a buscarme. Quiero que tu ausencia se me grabe en la piel con el cincel de mi memoria, quiero que me faltes para poder necesitarte y no volver a mendigarte. Quiero imaginarte en mis noches de silencio y cigarros, entre el humo y las canciones que sólo escucho yo, que suenan dentro de mi cabeza. Quiero quedarme con el recuerdo, con lo que fuimos, con lo que no compartimos, con lo que anhelamos y que nunca sustentó la realidad.