15.9.09

Alguien me llama Lucía.

Me gusta tener las manos frías para tumbarme al sol y sentir lo infinito que es el mundo. Lo caducos que se vuelven los días con la carencia de ti que he decidido otorgarme. Me gusta reírme de lo que sólo yo entiendo. Porque sí, otra vez, lo he vuelto a intentar, deseando con todas mis fuerzas que no funcionara, que no contestara tu voz suave y ahora perdida en mi cabeza a mi llamada de la locura, o tal vez de la soledad.
Escucho Bach y recuerdo que la primera canción que escuchaste fue la del Fantasma de la Ópera, recuerdo que querías llevarme a ver el Cascanueces y Carmina Burana, que me sonreías continuamente, incluso cuando te lloraba con palabras, cuando sólo con la voz te lloraba, y objetaba que la vida da demasiadas vueltas, que no quiero introducirme en su laberinto porque sé que terminaré perdiéndome, y yo no estoy preparado para existir indefinidamente.
Recuerdo el calor de tus brazos al rodearme, recuerdo tu silencio. Es lo que más echo de menos. El silencio de tu respiración mientras me dejabas descansar en tu regazo. Y tu mirada. El que no preguntaras nunca nada, que esperaras a que yo hablara si quería hablar, o que me callara si prefería torturarme para después tranquilizarme con el calor de tus manos. Me gustaba que no entendieras mi mundo como yo esperaba que lo hicieras, porque la perfección habría desgarrado el encanto de lo imposible de nuestros actos.
Ahora me fundo con lo inmaculado de lo blanco. Dejo de ser yo mismo para ser otros yos, aleatoria pero constantemente. Me pierdo en el silencio de las calles de mi barrio, donde nada habita, donde el dolor se esconde y respalda lo amargo de tu ausencia. Donde viven sufrimientos fuera de mi alcance que empequeñecen mi locura. Donde no consigo añorarte, pero en ocasiones me esfuerzo por poder hacerlo.
No lo consigo.
No has contestado al teléfono. Sigue tan desconectado como yo, aunque me empeño por volver a la dimensión en la que todos me reclaman. En realidad no sé si lo logro. Pero me hubiera gustado haber escuchado tu voz para colgarte sin decir nada. Porque así sabrías que estoy terriblemente mal, pero incalculablemente feliz. Como siempre. Que estoy descarriado y encauzado, que no dejo de descubrir todo lo que me hace ser quien soy, o quien dejo de ser pero que, indudablemente, siempre seguiré siendo. Continúo creando lo imposible, exteriorizando lo que me consume y sigo deshilándome, pero me tejo, me invento y sigo respirando. Me hubiera gustado que supieras (aunque posiblemente lo pienses) que hay momentos en los que aún pienso en ti. Como una sombra gris, extraviada en el desván de mi memoria, de donde espero en años no sacarte, donde no iré a rescatarte.