14.9.09

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"Nunca debí volver. Uno vuelve porque espera encontrar algo, algo que cree que dejó olvidado y luego descubre que lo ha dejado en otra parte o que nunca supo dónde estaba. Uno no debe volver a los sitios donde fue feliz y mucho menos a los lugares donde ha sufrido tanto."

Te evoco, nuevamente. A ti, a todos tus yos, a tu ausencia. Es irónico. Siguen pasando los años y por mucho que se sucedan las historias en mi vida, tú prevaleces. Perpetúas. Eres el estigma perenne de mi cerebro. Sé que no es amor. Ninguno de los dos conserva aún esa capacidad de autoengaño de la mente que nunca llegó a utilizar. Pero estás ahí, tras los compases que me pides y con los que sé que consigues perderte lo suficientemente lejos como para renegar de la realidad.
Cuando me desespero y soporto con desmesurada indiferencia los tormentos de mi apática conducta, te evoco. Apareces, en cualquier lugar, mientras te deformo y distorsiono tu recuerdo a mi antojo. Es lo de siempre. Prefiero recordar las cosas como las viví a como fueron realmente. Pero el caso es que estás ahí. Mientras yo me muero de frío y siento la absurda, pero imperiosa necesidad, de que me abraces, simplemente me miras. Observas cómo mi pelo, cuando no llevo ropa, acaricia mi espalda y deseas, o imaginas, en silencio tus manos recorriendo mi piel. Me detestas. Me aborreces. Y me complace abominarte. Me necesitas y te da asco. A mí me encanta repugnarte. Porque, pese a despreciarte, no he dejado de volver a tu cuerpo desalmado, donde te escondes en el hueco de mi ausente corazón mientras tus dientes me atraviesan el espíritu y me gritas en la cumbre que soy una perra. Tu perra.
Maldito hijo de puta.