22.8.09

Tras la explosión de vísceras...

Es como una batalla, como si estuviéramos en la cama y tuviera que someterme a ti o derrotarte. Pero en este caso jugamos con las distancias, sin señales de vida.
Me encantan los momentos de ira. Me dejo apresar y llevar por ellos. Son como una corriente devastadora de aire, como un torrente de agua embarrizada que me arrastran y sumergen en los torbellinos irracionales de las emociones. Son arrebatos que me llenan y exhaustan, que me hacen explotar y me permiten finalmente liberarme. Me hacen enloquecer y necesitar gritar muy alto cualquier estupidez, de esas cosas que se sienten pero que, reaccionando a la cordura, no se dicen. Me gustan porque son puros, la esencia de la verdad misma. Y al final siempre llena la calma, repleta de restos de los sentimientos inservibles y voces lejanas, de réplicas de lo que me obligo a pensar que no me sirve. De lo que quiero olvidar y no necesitar.