9.8.09

Retrato a.


Allí estaba ella, aparentemente invisible a los ojos de los demás, como si fuera de acero, como si no le doliera o afectara nada, como si lo que pudiera sentir no lo padeciera o fuese mínimamente importante. Fumaba, en silencio, sola.
Todas las personas se hacen demasiadas preguntas, ella lo sabía. Pero existían otros enigmas, fuera de lo corpóreo y al mismo tiempo insulso, lejos de la materialidad. Cuando tienes la capacidad de sentir cómo te rompes por dentro y de quedarte sin huesos, ni músculos, ni entrañas, ni piel.
Porque ella, como algunos otros, acabó cuestionándose cuánto se estira nuestro envoltorio caduco, cuándo llegará su límite y terminará por romperse en pedazos para dejarnos escapar.
No era huir, propiamente dicho. Era disiparse, derramarse y esparcirse. Era ser puramente alma.
Era una semilla esperando a florecer, a mirar al Sol sin miedo, a ser por fin y libremente ella misma.