11.8.09

Cocoon.

No soy de las personas que luchan normalmente por lo que quieren, ni tampoco espero mucho de los que están a mi alrededor; simplemente me dirijo hacia donde mi afán y mi falta de esperanza me conducen. Me dejo llevar por las corrientes de aire y agua que me rebasan a su paso y no persigo lo que, por voluntad propia, decide marcharse. No porque carezca de importancia, sino porque su propósito es liberarse y no sería justo encadenar a quien desea desaparecer.
Huir sin pensar a dónde ir.
Y es que no tiene solución.
Que soy una alma degradada y perdida, a la deriva, que rumia inoportunos pensamientos y perturba sus ideas en soledad, a la que los fantasmas del pasado, ya deformes, no han dejado de perseguir nunca. La que se apaga y exhausta sin llegar a caer o necesitar levantarse otra vez. Soy lo que quieren que deje de ser, lo que no puedo evitar seguir siendo, difusa en un bucle de rencores y miserias tan cerca de mí que puedo olerlo, puedo distinguir su fétido aroma irrumpiendo en mi armonía, puedo alimentarme de él, masticar su sabor amargo y ahogarme en su nauseabundo tacto, en su aura palpable, en su mugre. Puedo sentir cómo su inmundicia me desgasta, cómo se dilatan de nuevo las distancias, cómo lo utópico va ganando terreno y lo hipotético e incierto se apodera de mi cerebro sin ocasión de invertir sus efectos.