12.7.09

Buscando título.

Recuérdame, se dice a sí mismo. Se mira en el espejo sin saber muy bien cómo definir lo que ve. ¿Qué ve? ¿Qué es? ¿Quién es? Se desenfoca, pierde la nitidez. Entre sonidos lejanos de ambulancia, entre sustancias, sin ver en la oscuridad. Blanco, todo se vuelve blanco. El viento en las hojas de los árboles, el humo a través de los dientes, las palabras. Se recrea, se desdobla y se deforma. Es la misma historia e intenta ignorar la realidad. Le aflige confiar, le aflige pensar en olvidar queriendo poder hacerlo sin desearlo en realidad, sumergiéndose en lo que siente sin sentir, en lo que le hace latir, en las palpitaciones. Taquicardia. Le tiemblan las manos e intenta volverse a mirar, intenta observar, analizar, pero las pupilas decrecen sin dejarle ver en la oscuridad, donde las voces se pierden en los ecos de la soledad, en la difusión de la infelicidad y las sonrisas. En blanco y negro, en la ausencia de dolencias, en la colérica prosperidad. El silencio se apaga con la música distante. Piensa en el tiempo, en dejar de pensar, en deshacerse de las horas que le quedan hasta el anochecer. En las lágrimas que necesitaba llorar, los atardeceres dorados, en los años pasados y en lo que la oscuridad le impide contemplar. La falta de lucidez entorpece cada movimiento, cada desvanecimiento. Encerrado, en una ciudad extraña y perdida, sabiendo, por fin, cual es el lugar en el que quiere estar.

Sin despedirse dice adiós.