9.7.09

Elástico.

Me sueñan y yo ya no sé dónde mirar para esconderme de mi falta de existencia. La ausencia del pensamiento real y el anhelo de lo ilusorio se entrelazan cuando lo vuelvo a encontrar. Y es que no dejo de preguntarme por qué no concluye su búsqueda, por qué no es capaz de olvidarme al yo extraviarme y desviarme sin pensar a donde ir. Es la caza de mi libertad, la neutralidad de mi identidad cuando me dirigen palabras que desearían no dedicarme. Ahora yo transmuto mi sinonimia mental entre aleaciones neuronales y viajes bajo el agua. Perder el sentido. Sin voces, ni música, ni razón. Sin necesidad de motivos. Un segundo. La minucia de lo infinito, la grandeza de la insignificancia. Y volver a emerger.
No lo podrá entender, nunca, pienso. Lo recalco en mi esporádica cordura: nunca. Me acuerdo entonces de tu cigarro, de las memorias calcinadas en ácido, del éxtasis infinito de un texto, de un sentimiento, de la evasión, del afán por desvanecerse para siempre en un estado catatónico de la prudencia, presa de la insensatez, sucumbiendo a la enfermedad de Estocolmo. Sin gravedad, en otra dimensión.
Y yo sonrío, claro, pero no a ella.