29.12.10

Disgregando

Si nos ponemos en situación, todo deja de ser tan romántico como pensábamos o creíamos imaginar. Probablemente el problema se reduzca a la increible capacidad de convicción en la que nos escudamos cuando todo lo de fuera puede hacernos daño. Está bien, he mordido el polvo, y el anzuelo también.
Llego a casa y no enciendo ninguna luz. Sumida en la oscuridad más absoluta me deshago de los zapatos, de las medias, de la falda. Me siento en la madera de la silla fría y siento cómo se eriza la piel de todo mi cuerpo. Mis vértebras me agujerean la espalda. Enciendo con plausible parsimonia un cigarro y fumo con la intención de que el humo consuma lo que aún no he podido olvidar y lo haga pasto de las llamas, o de la decadencia. Fumo con la intención de que las hienas devoren con furia mis huesos dejando sólo mis cenizas como restos. Fumo cuando ya he asumido que el dormir no existe y mis ojos desorbitados evitan cualquier contacto con la realidad. Suena jazz en la penumbra de mi cueva y el viento amenaza con levantar la tierra echada sobre lo que ya no está. El contrabajo es el contrapunto de todo mal. Leo con la misma parsimonia con que inundo mis pulmones de muerte y espero a que el desvelo mengüe. Como la luna, la conciencia, o el dolor. Espero a que el mundo dé la vuelta y me estampe contra el puto cielo, dispersando mis sesos por las nubes.