31.10.10

La gente como nosotros no tiene salvación. La gente como yo arde como cualquier combustible sin llegar a reducirse a cenizas para no poder resurgir del polvo y redimirse. La gente como yo es arrojada a las llamas voraces que manan del Dies irae como la condena más perenne y hostil de toda la existencia. Y mientras espero ardiendo por toda la eternidad, lo único que deseo es dejar de recordar. Necesito el silencio, el mar. Siempre me he imaginado caminando descalza sobre la arena del fluorescent see de Escher aunque apenas pueda verla. Necesito las miradas a través de viejas sábanas revueltas al despertar. Necesito las mañanas de luz deshecha y opaca a través de las persianas. Los rayos del sol de invierno. El frío. Tu piel. El silencio y esas conversaciones largas llegando a vomitarse los jirones más podridos del alma, a llorarse los pedazos rotos del corazón que arañan como cristales las arterias. 
Necesito olvidarme del dolor que se siente cuando nada puede sentirse, cuando sólo el sufrimiento consigue mantenerte con vida y el cerebro empieza a derrarmarse.