25.10.10

Del último lunes de octubre

Me siento jodidamente culpable cada vez que te miro. Quizá sea eso lo que más me ahonde las heridas ahora mismo, quizá sea el motivo por el que te esquivo sonriéndote de medio lado como si nada de esto estuviera pasando. No soy capaz de decírtelo, ni siquiera por teléfono. Se me hace un nudo en la garganta que me obliga a llorar cada vez que intento hablar, así que cierro la boca y me callo. Prefiero escucharte divagar sobre bandas sonoras a tratar de abrirme paso a través de mi voz entrecortada producto de las lágrimas. Soy una cobarde. No he sabido afrontar mis miedos y a la menor de cambio quiero morirme o marcarme para siempre la piel, impidiéndome olvidar todo lo que sé y estoy siendo. Todavía no estoy muerta, aunque sí plagada de cicatrices. Creo que te odio, por quererme. Llevo semanas planeando, entre otras cosas, pasarme por el centro todos los medio días con una bolsa y mi comida. Conozco un sitio donde hay gente que la necesita más que yo. Que la quiere más que yo. Que la valora más que yo. Gente que no se plantea tirarla por el desagüe o deshacerse de ella después de que la náusea aflore en sus vísceras. Supongo que también es gente que sabe afrontar su vida de mierda. Porque así es la vida de todo el mundo, de mierda. Iguales a la de los demás. Miserables, eso son. Y somos. Probablemente yo más que tú. Bastante más, me temo. El "yo y mis circunstancias" es pura parafernalia, créeme. Si pudiera ponerte una excusa no te diría nada. Nada que no debas saber ya, por supuesto. Soy un absurdo esperpento, eso es todo.