3.10.10

De zombies congestionados

Me peso cada lunes a las 21 de la noche para no perder el rumbo cíclico que en esta vida toma todo. Incluso la Tierra da vueltas tanto alrededor del Sol como de sí misma. Uroboros, eternidad, perecedera y decadente, pero eternidad. Vuelven por tanto de forma aleatoria las tardes de manos frías, hombros encogidos y oídos taponados. Vienen y van hasta que se instala el hielo en los huesos y también regresan las mañanas de  frotarse las manos con fuerza intentando calentar lo que nuestro vaho helado no puede siquiera templar. Llueve otra vez y las gotas golpean con fuerza la ventana. Vuelve el querer cambiar, el renovar el vestuario. Las lecturas ocupan de nuevo mi tiempo, mi cerebro, mi preocupación. Cadalso crea para mí un nuevo pero reiterado universo en el que me obligo a preguntarme ¿realmente somos así? Porque al parecer no hemos cambiado tanto. Ni hemos cambiado nada, ni un ápice, nada. Vuelve la incoherencia, vuelve redecorar la habitación y el comprarse bufandas sin alejarse del inseparable y ahora mejor amigo kleenex. A veces arrugado y olvidado en un bolsillo, más tarde enjabonado y centrifugado. Y petrificado, claro está. ¿Tiene forma de corazón o me lo parece a mí? No, joder, es sólo un kleenex. Suspiro. Oh, usted perdone, en realidad es sólo un pañuelo de papel.
Es entonces cuando yo digo que no quiero pensar porque sino, no dejo de llorar.