13.10.10

De irritante aburrimiento

La aceptación me la debo, dije hace tiempo. Es de las pocas cosas que me quise preocupar en fabricar y que al final, como tantas otras, ha terminado por olvidárseme. Así que es en momentos como este (en los que saboreo la gloria de mi propio odio, en los que me regodeo entre mi propia víscera intelectual) cuando cercioro que no tengo posibilidad de salvarme y que, en realidad, no me entristece. No, joder. Yo no estoy hecha para escribir sobre fondos blancos, para hablar de la felicidad, ni para esforzarme en parecer la persona más mística y maravillosa de todo el puto planeta Tierra. No estoy hecha para que me alaben ni para que me laman el culo únicamente en el sentido total y estrictamente metafórico. No. Mi identidad es mía, por mucho que en ocasiones me moleste, sin aprobación personal y rebosante de repugnancia, pero mi identidad. Mi yo. Mi romanticismo roto, mis otoños fríos y sin rimel en los ojos. La gente no se lo cree, pero no me maquillo al salir de casa si voy a comprar el pan. Cosa que me ha hecho reflexionar, claro, cuando no hago más que toparme con gente pretenciosa y con su mentalidad de menos de dos dedos de frente incapaz de hacerles avanzar. Lo he lamentado, de verdad que lo lamento cada vez que lo pienso. Sigo sin entender ese afán por pretender parecer lo que no se es o aparentar más de lo que se puede ser.