24.9.09

Otra vez.

Llego al punto muerto. Llego al equilibrio de mi inestabilidad mientras espero a lo que todavía desconozco. Me he propuesto extirparme El Dolor, aunque sea a base de golpes contra el espejo.
No se me va la presión del pecho. Siento cómo mi corazón, metido a presión entre mis músculos, late oprimido. Como si quisiera escapar o echar a volar. Al menos el nudo de la boca ya se me ha desvanecido. Era esa horrible sensación de llanto avergonzado que no llega a brotar. Se me hace raro, hacía demasiado tiempo que no lamía tan en serio mis heridas y había olvidado su sabor agrio, el de calarme hasta los huesos con mi propia saliva tratando de tragarme la infección para bien escupirla o propagarla por todo mi cuerpo. Tengo la voz en llamas de gritar en el silencio de mis noches sin sueños, en los desvelos de luz anaranjada entre las persianas... Es como si estuviera ardiendo por dentro, como si haber perdido la ilusión significase olvidar mis alas, dejar de ser quien soy, convertirme de nuevo en huevo tras haber sido la paloma lisérgica que alguien descubrió. No sé. Voy dejando de caminar mirando el cielo mientras arrastro los pies. Dejo de mirarlo porque ahora lo veo, entiendo lo que me dicen las estrellas. Pero al mismo tiempo ya no estás tú. La puta añoranza araña las sombras de mi cuerpo, el frío confunde las sábanas y me obliga a sentir tu ausencia. Vuelven esos días en lo que, si no fuera por la rutina que me ocupa el tiempo y evade, me pasaría horas eternas, horas monocromáticas o repletas de color, escondida entre mantas que no me aportan, ni por asomo, el calor que tu me dabas. El aire gélido me atrapa y es cuando recuerdo que me perdía en el canal de tu garganta en busca del infinito, que me dormía sobre tu piel, que te perdías en mi pozo del placer respirándome el espíritu. Que éramos dos seres completamente ajenos y diferentes hasta que el deseo se cernía sobre nuestra materia y nos rendíamos a él, como salvajes, derrochando el amor que posiblemente nunca sentimos al desgarrarnos el alma. Así, nos complementábamos de esa manera. Una vez rotos y ajados, nos uníamos en un sinfín corpóreo, donde la caricia de tu lengua erizaba mis sentidos, donde tus dientes penetraban mis órganos mordidos y yo me rendía a tu mirada pétrea y oscura. Te arrojabas al vacío de mis ojos, robándome un último hálito de vida en cada oportunidad. Y te recuerdo, no he dejado de hacerlo. El roce de tu ropa en un abrazo inesperado, el contacto frío de tus manos, el éxtasis de una respiración ahogada y el viento rodeándonos mientras nos hundíamos en el césped, mientras intentábamos llegar al centro de la Tierra, fusionarnos con los cimientos del Universo y liberarnos.

Aún no ha llegado el momento.