1.9.09

Movimiento infinito.

Cuando he tenido que elegir, sin apenas darme cuenta, me he vinculado más a lo terrible que a lo que, aunque triste, me ha hecho sonreír. Y en realidad no me arrepiento. He sabido disfrutar de mi dolor y del sufrimiento de otros como si me perteneciera, como si me fuera la vida en ello. Y, en el fondo, he sido feliz. Acortando y dilatando las horas de mirarte, de quedarme ensimismada con tus ojos al otro lado del humo, con tu sonrisa de colmillos. Pero supongo que el tiempo de espera no es lo mío, que nunca he tenido paciencia y que todavía no sé querer, que sólo deformo los aprecios en obsesiones que entorpecen todo intento de quererte. Y así no es como me gustaría que fuese. Por eso me debato en silencio, con mi presencia de ausencia, deseando nunca despertar completamente, y pienso en lo que podría ser y, posiblemente, sería pero que aún así no dejaré que sea. Porque sigo siendo una idealista a la que le gusta más soñar que vivir, y no sería justo para mí si en algún momento pudiera reemplazarte. Quiero que seas lo que llena mis vacíos, pero sin estar cerca de mí; quiero que seas mío para siempre, pero sin pertenecerme. Quiero recordarnos como somos justamente ahora, con nuestros desbarajustes y mis enfados absurdos, tus respiraciones prohibidas en mi cuello, las caricias furtivas y las miradas de complicidad. Y mientras yo puedo seguir desviándome y extraviándome, mirando mi existencia pasar, viviéndola cuando yo decido, huyendo cuando no puedo más, evitando convertirme en marioneta y suprimiendo los incoherentes anhelos de sucumbir al traqueteo de las ruedas, al ruido de la calle, a la gente que camina sin llegar a ningún lugar. Sin dejar nunca de sentir, de estar viva y muerta por dentro, de serlo todo y nada, de abrir los ojos y preguntarme por dónde saldrá el Sol, de ilusionarme e imaginar, de soñarte y saber desde el principio cuál será el final.