17.9.09

Días extraños de amaneceres grises.

No me apetece encontrarme de frente con la vida. No podría plantarle cara. Más que no poder, es que no querría. Me hallo en uno de esos momentos en los que sientes que todo te pesa demasiado, que estás cansado de arrastrarlo todo a tu espalda y que quizá todo el esfuerzo esté siendo en vano. No sé. Cuando dejo de entender, todo pierde más sentido del que le falta, cosa teóricamente imposible pero factible en la práctica. El surrealismo se me escapa de las manos. Me fundo en el ácido insostenible y en los sueños fugaces, para distorsionarme y volver a crearme. Siento cómo la apatía, después de un verano indudablemente eterno, me recuerda que he pensado demasiado en todo. Detesto tener tiempo libre, porque el bucle termina con esto. Siempre. Y ahora siento asco sin realmente llegar a sentirlo porque algo en mi organismo me impide retener emociones. Soy como un vaso lleno de agujeros, donde el cristal corta y el agua se derrama con el movimiento, al igual que la sangre. No deja de llover, así que me lleno y me vacío al mismo tiempo. Pero es incompatible. El mundo no deja de girar y yo me empeño en sostener mi desequilibrio ecuánime ausente de gravedad.
Edith Piaf me transporta al escenario sepia donde no dejo de fumar, donde la melancolía amarga desborda cada rincón del lugar, donde se pierden las voces y las tempestades...

Pasarán las horas y volveré a esa esfera.