30.8.09

No.

Tenemos toda una vida para descubrirnos, y para enamorarnos de nosotros mismos, que es uno de los pocos amores que conocemos verdaderos. No te olvides de quererte conocer.
Alguien que te ve desde fuera.

Aún se me revuelve algo por dentro cuando releo esas palabras. Es absurdo tratar de olvidar los muchos años que han pasado desde entonces. El único final que me espera es no conseguirlo.
Sé que llevabas razón, sé que lo sabías, tú mejor que nadie. Porque el tiempo en ocasiones no es lo suficientemente importante a la hora de traspasar la mirada ausente de la gente para entender lo que realmente sienten. Tú eras así. Te recuerdo, vagamente. Quizá con el propósito de embellecer lo que ya era de por sí perfecto, no lo sé. Pero no consigo recordarte todo lo nítida y deslumbrante que en realidad eras. Así te deformo a mi antojo, para que concuerdes más acertadamente con la historia, a tu manera, con tu naturalidad, con tu melena rubia al viento, bajo el calor abrasador y nosotras, perdidas los desiertos del sur de mis recuerdos.
Hoy me han visitado tus ojos, aquel azul infinito encerrado en tus iris. Ha resurgido la sensación de observarte mientras analizabas cada palabra, cada movimiento y cada gesto mío. En realidad eras tú la que más se delataba. Tus manos de marfil toqueteaban nerviosas el bordado de tus camisas, tus zapatos sin cordones, las ondas suaves de tu pelo. Decías que era como un diamante en bruto que necesitaba darse forma a sí mismo, que podría ser brillante, inalcanzable. Que podría reflectar el arcoiris, las emociones, los universos. Y aún a día de hoy hay quien me tortura con esos argumentos, pero encaminados a su interés. Hay quien me mira, con su trastorno esquizoide absoluto, escondido en su farsa de normalidad, y me recuerda que puedo ser lo que todos quieren.
Pero sigo negándome. Y sé que, si me vieras, estarías orgullosa de mí.