5.3.09

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Últimamente el humo es lo único que llena mi vacuidad. Y otra vez las viejas campanadas me recuerdan que es momento de rendirme por fin a los sueños, que es hora de desconectar, de olvidar por frágiles segundos. De nuevo, una a una, las luces van cediendo al peso de la oscuridad, donde yo sucumbo y me torno cristalina e incorpórea, buscando en las distancias el recuerdo de la soledad. Es de mí de quien trato de huir.
Repaso de nuevo las palabras, mi discurso al silencio, para encontrar los fallos. Pero el error es la intención misma. El problema soy yo. Hay algo que no funciona bien en mi interior.
Me deshago entre llantos que no comprendo y me dejo llevar por mi locura. Es la semilla del mal desde la cual las raíces de la demencia toman la corporeidad y la fuerza que a mí me faltan.
Me vuelvo vieja de la rabia y la impotencia. Me consumo tras la indiferencia que no soy capaz de controlar y me pierdo en mi propia vida, hundiéndome en la Nada. Me siento derrotada y débil a ese corazón que no late ni palpita. Es esa horrible sensación, hilándose en torno a mi conciencia...
Antes tu carencia me sabía a metal de morderme los labios por tu ausencia y ahora, transitoriamente, vuelvo a devorarme.

Sigo emborronando las hojas en blanco con tachones y tinta color carmín. Ya es tarde para improvisar. No he sabido seguir el guión.