9.1.11

Mordecai

Nos echo tanto de menos que mi cuerpo ya no habla más que en sangre. Nada de palabras. Nada de miradas, ni de susurros. Sangre, sólo sangre. Es la angustia infinita aferrada a las paredes, a las baldosas, a las cortinas, a los armarios, a la cama, a los cuadros, la ropa, las fotos, los libros, a los recuerdos, al polvo. A los putos ácaros microscópicos e insignificantes, como yo. Es como un grito en medio de una Nada negra e impenetrable con la fuerza de un vendaval, desgarrándome, convulsionando sin cesar e inundando toda la estancia. Contaminando mi cerebro. Envenenándolo todo. Se me encoge el corazón. No dejo de pasar canciones, no puedo escuchar nada que no me incite a correr escaleras arriba del edificio más alto de todo el continente y tirarme sin pensarlo. La música me desgarra y ni siquiera puedo evitarlo. Sigo sangrando. Me siento una cáscara hueca cubierta de piel muerta y podrida. Me siento una máscara que gesticula sin emocionarse, sin palpitar, sin existir. El azul ha envuelto mi vida y es tan profundo e insondable que me aterra. Es un color muy triste, y caduco. Como tú. Yo soy un caballito del diablo azul y hasta ahora nunca me había dolido tanto. Tú eras un halcón negro y yo un puto zygóptero garzo y moribundo. Sólo podías devorarme y satisfacerte tragándote mi diminuta envergadura, masticando mi aleteo, robándome las alas. Es comprensible. Yo también te mataría por haberte querido tanto y tan demencialmente si aún me quedaran fuerzas.


Toe, Long tomorrow