23.6.09

Lluvia de verano.

Surgen debates sin aviso previo ni sentido aparente dentro de mi cerebro y mi cuerpo. Disputas entre mi imaginación y lo real, entre el frío y el calor interno, entre el escozor de mis ojos y el viento, entre existir o desvanecerme, entre los colores de una mirada perdida, entre el querer y no poder, el querer y no poder, el querer y... ¡Qué débiles se vuelven los propósitos cuando una visión te desgarra...! Desde dentro hacia fuera, como una erupción visceral llena de nada, entre transmutaciones temporales e intermitentes sonidos chocantes de metal, vacíos de todo. Infrarrojos, rojos y ultravioletas. Luces deformes e inaudibles contradicciones. Yo me miro, me contemplo, me analizo y me digo que perderme en un espejo repleto de nubes transitorias no es la solución, ni tampoco lo es guardar silencio en un rincón mal escondido o encerrar mis propias verdades bajo llaves de candado inexistente.
Se oye a lo lejos, en algún espacio abierto y perdido dentro de mi piel, entre sangre y células, el ritmo del palpitar acompasado a mi desvanecimiento y siento como se disipan mis pensamientos. Es un ritmo continuo, inalterable, suave, al son de la inmovilidad del Universo.
Me inundan los recuerdos transparentes con sabor a infinito, me hundo en un patético futuro invisible y me observo. Me veo y me repito que lo que late bajo mi pecho no es más que absurda alucinación de causa perdida que no me llevará a ningún lugar, que no tiene sentido, que nada es mío, que no lo quiero, que no puedo, que la historia se repite, que me engaño, que querer y no poder.